Reseña: Lola y el chico de al lado, de Stephanie Perkins

Para la diseñadora de moda en ciernes Lola Nolan, las prendas de ropa más llamativas, más brillantes, más divertidas, más salvajes, siempre son las mejores. A pesar de su estilo extravagante, Lola es una hija ejemplar y una buena amiga, y tiene grandes planes para el futuro. Todo en su vida parece bastante perfecto (incluso su guapísimo novio roquero) hasta que los gemelos Bell se mudan de nuevo a la casa de al lado. 

Cricket Bell ha vuelto y quiere arreglar los problemas del pasado. Y Lola deberá reconocer sus verdaderos sentimientos hacia él.

[Aviso: esta reseña NO contiene spoilers ni de Un beso en París ni de Lola y el chico de al lado.]

Que las comparaciones son odiosas lo sabemos todos, y aun a pesar de haber intentado no comparar este libro con Un beso en París, no he podido evitar hacerlo. Veinticuatro horas después de haberlo acabado no sé muy bien si me ha gustado o no, pero lo que sí tengo claro es que no me ha dejado la sensación de plenitud y de disfrute que esperaba de esta novela.

Lola y el chico de al lado es la segunda parte de la trilogía Un beso en París de Stephanie Perkins (a pesar de ser una trilogía, los libros son independientes entre sí), y para mi gusto en este tomo la calidad ha decaído de forma increíble respecto a la primera entrega.

En esta novela, de apenas 400 páginas, se narra la historia de Lola Nolan, la hija de una pareja gay —dato que no conocía antes de comenzar a leer y que me gustó mucho, porque es algo que ya se da bastante hoy en día y que nunca había visto en un libro.

Casi lo que menos me gustó de esta novela fue precisamente Lola (últimamente no me están gustando los protagonistas de los libros que leo, vaya plan…). Es una adolescente bastante fuera de lo común: le gustan la costura y el diseño, y viste cada día de una forma completamente diferente, usa pelucas y maquillaje distinto para cambiar de aspecto, y lo combina con ropa extravagante. En este aspecto, Lola me encantó: no es una adolescente típica, sino que es una chica con bastante personalidad y con una actitud diferente.

Aunque lo de su personalidad es un tanto peculiar… porque para vestir sí tiene personalidad, pero no a la hora de estar con su novio. Lola sale con Max, un chico bastante mayor que ella, un músico punk egoísta, engreído y que representa a un joven posesivo con claros rasgos de maltratador psicológico. Como os podéis imaginar, Max me puso de los nervios, y Lola también cuando se dejaba manejar por él.

Sin embargo, un enorme punto a favor para Stephanie Perkins es que en ningún momento romantiza esta relación. Lola está supeditada a su pareja y le permite que la trate bastante mal, pero nadie salvo ellos aprueba esta situación: el resto de personajes la critican e intentan que Lola abra los ojos. Por esa parte, he de darle un sobresaliente a la autora, ya que me consoló mucho ver que no se quedaba en retratar una relación tóxica entre ellos, sino que la criticaba y la manejaba, a mi parecer, de una forma natural y perfectamente creíble.

Por otro lado, la historia con “el chico de al lado” me dejó un poco fría. Me gustó muchísimo cómo se plantea: al principio no se dice claramente qué pasó ni se aclara quién es ese chico y por qué afecta a Lola, sino que el pasado en común de ambos se va desmenuzando poco a poco hasta que el lector comprende qué les ocurrió. Sin embargo, el desarrollo de la relación entre ambos me pareció muy desigual: en algunas partes del libro era pausado y natural, y de repente se decían cosas muy profundas o anhelaban muchísimo al otro. Entiendo que ambos estaban hechos un lío y que podían ser ataques de amor repentinos después de estar tanto tiempo separados, pero sinceramente no me pareció que esa relación estuviera bien desarrollada. Todo iba a trompicones, y aunque son muy tiernos y lo pasé bien viéndolos acercarse, su relación no se me hizo verosímil.

Siguiendo con los personajes, me gustó mucho la historia familiar de Lola y cómo Stephanie Perkins la usó para ayudar al desarrollo de la novela. Los padres de Lola tienen un papel activo en la trama y algunas de las cosas que ocurren son por culpa suya (o gracias a ellos). Creo que la autora los supo retratar muy bien, sin otorgarles un drama excesivo ni pintarles como padres muy empalagosos, pero sí me hubiera gustado que se les describiera un poco más, ya que al terminar la novela me di cuenta de que no me los había podido imaginar bien en mi cabeza (de hecho, me los imaginaba como Cam y Mitch de Modern Family…)

Lo mismo me ocurrió con la mejor amiga de Lola, Lindsey, a la cual tampoco se describe en exceso. Uno de los puntos negativos que le vi a esta novela, en definitiva, fue que se centró demasiado en los protagonistas y me hubiera gustado que se describiera un poco más a los personajes secundarios.

Por otro lado, la presencia de Anna y Étienne St. Clair (protagonistas de Un beso en París), me gustó mucho y creo que estuvo justo en su sitio. No tienen un papel excesivamente relevante, pero me encantó leerles en otra historia y saber cómo estaban después del primer libro.

En cuanto al estilo, sigue la misma línea que Un beso en París: narración en presente y en primera persona. La lectura del libro es muy ágil y se puede devorar en muy pocas horas (como me pasó a mí, que lo leí en un par de sentadas).

No es un libro que vaya a cambiarte la vida, pero si buscas desconectar entre lecturas más densas creo que es una buena opción. Engancha y evade, y para pasar un rato agradable viene bien. Pero nada más allá de eso, sinceramente.

Reseña de Un beso en París

Reseña de Felices por siempre jamás